Por la cresta de la montaña transita Manizales. La 23 hierve
en el frío del domingo 13 de mayo -fecha de la recordada canción de la virgen
María que bajó de los cielos a Cova de
Iría- mientras las madres se pasean celebrando el día famoso en el que los
almacenes le recuerdan a su parentela que hay que comprarles algo.
En las esquinas confluyen los saltimbanquis que danzan a la
salida de la misa a la espera de unas monedas, los vendedores de prensa que hoy
no pueden vender los periódicos de Medellín pues un derrumbe sepultó la
carretera llevándose varias vidas, los vendedores de discos y videos piratas
que sin pudor nos saludan y nos piden autógrafos, mientras exhiben una obra del
Águila Descalza que nosotros no hemos creado, un ingenioso engaño para vender
la versión fraudulenta de La patria boba,
anunciada con la imagen fotográfica de No
vuelvo a beber, la obra que hasta ayer presentamos en el teatro Fundadores,
parodiada con el título No vuelvo a salir
del país, inventado por el personaje callejero que se toma fotos con Carlos
Mario, haciendo un receso a su exitosa jornada de ventas donde la música de
plancha ha batido records.
Hay oferta para todas las madres. Ropa de variados estilos y
precios, almuerzos listos para llevar, filas en los restaurantes chinos, en las
pollerías que varían su nombre con la terminación del cacareo del gallo:
Kikiriki, Kiskiriki, Kiskirico, todo con ki para anunciar con leves variaciones
en la marca; el muslo, el contramuslo, el ala, la pechuga y el consomé que irán
a la fiesta de miles de madres en esta tarde fría. Una lechona con su bozal de papel
de aluminio se exhibe en la vitrina como alternativa para el almuerzo del
festejo.
El nevado y su fumarola no se ven entre la niebla y las
nubes negras. Don Uriel nos da un paseo imaginario en su corcel enano, el mismo
donde los niños se toman una de las últimas fotos que aún se someten al proceso
de revelado químico, antes de que el mundo digital y la fotografía de los
celulares exilien de su oficio a este habitante del domingo en la plaza de
Bolívar.
Un gallinazo ensaya a volar sobre la escultura bolivariana
de Arenas Betancur, imitando la pose del guerrero que desafía las leyes del
equilibrio con su postura magnífica y el aleteo del ave solo nos queda como un
recuerdo fugaz en la mirada, sin que el dedo alcance a obturar la imagen en la
cámara para dar cuenta de ese momento irrepetible.
A paso lento siguen caminando las familias alrededor de la
plaza Bolívar y el parque Caldas. Compiten los micrófonos de narradores de
fantasías del ahorro con la música de los almacenes de electrodomésticos, cuyos
empleados pasan el guayabo con canciones de despecho.
La arquitectura de una ciudad que creció a finales del siglo
XIX y principios del XX con solidez y buen gusto, ostenta sus fachadas
coloniales, republicanas y estilo Art Deco que ennoblecen el paisaje del lomo
de las montañas, conviviendo con las nuevas construcciones que rompen la unidad
con su desproporcionada altura y la ecléctica fusión de una modernidad que
ignoró la belleza de sus antiguos vecinos.
Entre palacios y palacetes, queda en Manizales el resto de
una vida que ya empieza a desaparecer: un vestigio pueblerino persevera en la
profusión de almacenes de amplias vitrinas y altos techos que identifican un
estilo y desafían con sus mostradores arcaicos la monótona uniformidad de los
centros comerciales donde nadie sabe en qué ciudad se encuentra.
En Manizales quedan unos cuantos cafés tradicionales como la
Cigarra y el Osiris, instituciones octogenarias donde es posible encontrarse
con señores de otra época que departen por turnos entre las seis de la mañana y
las diez de la noche, intercambiando historias, anécdotas de la tierra,
aventuras pasionales, hablando de negocios, litigios, cosas de hombres,
tonterías, el clima, el empleo, el desempleo, nada y mucho a la vez.
Chepe te embetuna por mil pesos las botas que quedan como
nuevas, mejor aún; brillantes, casi acharoladas. Su audición se perdió con un
tiro que no le quitó las ganas de salir todos los días a perseguir botas
empolvadas, zapatos con peladura en la punta, vejestorios que pasan a mejor
vida después de tres tandas de untura de betún y frotada con cepillo, un trapo
grueso, otro ligero y sus manos expertas danzando por el cuero para reunir las
monedas con las que le da tregua al año que falta para que su mujer, aseadora
del Palacio de Justicia, se jubile y lo acompañe a reunirse con su hija en
Medellín.
Gloria Nancy camina entre las hileras de mesas del café que
pronto desaparecerá por disposición de la ley que impide que frente a los
Palacios de Justicia existan negocios como este inofensivo café tradicional. Su
billetera escondida entre las tiras del brasier, tendrá que buscar otras
monedas para obtener el sustento que desde hace 6 años consigue con su alegría
entre los clientes, gente decente, gente buena como dice ella, los que le
cuentan sus historias y se sienten acompañados con su presencia. Ayer dijo: No
vuelvo a beber, parodiando con su promesa el título de nuestra obra de teatro.
Hoy se está tomando una cerveza mientras afirma que uno no puede volver a decir
mentiras.
Manizales nos acogió con lleno completo en las 4 funciones
realizadas en los Fundadores. La cifra de asistencia es estremecedora: un
equivalente al 1% de la población total de la ciudad en solo tres días resulta
emocionante. La ovación, la alegría del público, la calidez que derrite la
nieve del Ruíz con el estrépito del aplauso, nos conmueven hasta el llanto.
Cada familia que nos detiene en mitad de la calle para
dejarnos en su álbum familiar, cada vendedor de prensa, cada lotero, cada señor
que se baja de su carro atravesándose en la vía, esa niña que se sabe las obras
de memoria, los chicos que nos descubren a la salida de la escuela, los jóvenes
que nos aúpan con su gesto cómplice, las señoras de edad que se apoyan en su
caminador para sonreír para la foto, los dependientes de los almacenes que
abandonan su oficio por un instante para congelar su sonrisa a nuestro lado, la
gente que nos ha acompañado durante tantos años, todos ellos son la razón de
nuestras obras. Gracias Manizales por tanta belleza, por tanto afecto, por esta
sensación de ser parientes de todos. Hasta la próxima.
Cristina Toro
EL ÁGUILA DESCALZA
Manizales, mayo 13 de 2012.